El Congreso percibe que Lula ha apostado por un camino arriesgado: liderar un gobierno minoritario sin propuestas innovadoras ni proyectos ambiciosos, con la intención de recuperar, a toda costa, la popularidad perdida.

Recientemente, Lula emitió una medida provisional que inyectará miles de millones en la economía a través del crédito consignado dirigido a los trabajadores del sector privado. Esto representa, en esencia, un estímulo directo al consumo, buscando incentivar la demanda interna.

Sin embargo, dentro del propio equipo económico del gobierno, hay cierto grado de preocupación respecto a esta decisión, especialmente en un momento en el que la inflación está afectando el poder adquisitivo de la población y, por ende, la popularidad del gobierno mismo.

Desde la perspectiva de Lula, la visión tradicional del equipo económico sobre las elecciones y el manejo fiscal está equivocada. Él sostiene que para ganar elecciones es necesario apostar por la expansión del gasto público, es decir, aumentar el gasto gubernamental para estimular la economía y así ganarse a los votantes, aunque este enfoque haya sido calificado de “gastanza” por algunos.

El presidente no coincide con quienes argumentan que el desequilibrio fiscal, originado por un gasto público superior a los ingresos, sea una causa directa de la inflación y, en consecuencia, de las altas tasas de interés. Lula está presionado por una baja popularidad y el calendario electoral, y por eso solo ve una vía clara: implementar programas que faciliten el consumo familiar para tratar de revertir esta situación.

Pero esta estrategia no ha resultado sencilla, principalmente por dos razones. La primera es una trampa fiscal que él mismo ha creado para su gobierno. Cuanto más insiste en aumentar el gasto sin un respaldo fiscal sólido, mayor es la desconfianza que generan los agentes económicos, lo que a su vez dificulta la estabilidad económica.

La segunda razón es de índole política. El Congreso detecta que Lula está apostando todo a un gobierno minoritario que carece de ideas nuevas y grandes planes, con el único objetivo de recuperar su popularidad perdida, sin importar los riesgos asociados.

Ya se están pagando las consecuencias, y estas son altas. Tanto a nivel político, con mayor desgaste y críticas, como para la economía, que enfrenta incertidumbre y tensiones crecientes.